En Overlandes sabemos que comer bien en ruta no siempre es fácil. En los viajes largos el tiempo corre distinto: los días comienzan con calma, entre café, risas y amaneceres, y muchas veces terminan armando campamento con la última luz del día.
Por eso, solemos hacer solo dos comidas fuertes: un buen desayuno y una cena que reponga energías. Durante el día, entre paradas fotográficas y kilómetros de travesía, los snacks se vuelven los grandes aliados.
La idea no es comer mucho, sino comer bien: alimentos que aporten energía, que sean fáciles de transportar y que no todo sea tallarines con atun.
Cada mañana parte con calma. Nada de apuros. Un desayuno completo: pan pita o wraps (que aguantan mejor que el pan tradicional), huevos revueltos o pochados, frutas como manzanas, mandarinas o naranjas —porque duran días sin refrigeración—, y café recién hecho, que ya es parte del ritual.
Durante la travesía, solemos movernos todo el día, así que no hay paradas largas para almorzar. A veces hacemos una pausa corta para un té o un mate, pero lo habitual es ir comiendo en movimiento: frutos secos, galletas saladas, frutas deshidratadas, sandwiches sencillos o algún snack energético.
Cuando el día se estira y la meta es llegar con luz de día, estos pequeños bocados mantienen el ánimo y la energía sin perder tiempo.
La comida de la noche siempre tiene algo especial. Después de montar campamento, compartir y reír, llega ese momento de cocinar sin prisa.
En Overlandes evitamos las comidas precocinadas. Nos gusta darle sazón, improvisar con lo que haya y hacerlo simple pero sabroso.
Algunos clásicos que nunca fallan:
Y sí, siempre hay espacio para un asado. Pero responsable: en braceros o parrillas cerradas, nunca sobre el suelo, y asegurándose de apagar completamente las brasas.
El secreto está en planificar y organizar bien el espacio. Un cooler de buena calidad (como los rotomoldeados) o un refrigerador portátil marcan la diferencia.
Lo importante es conocer tu equipo: mantener el hielo o la temperatura, abrir lo menos posible, y ordenar según el uso —lo de consumo diario arriba, lo que debe durar más abajo—.
Los contenedores herméticos y las bolsas tipo ziploc son esenciales. Ocupan poco espacio, evitan fugas y además sirven para guardar los residuos. Porque la basura no regresa sola: todo lo que llevas, también debe volver contigo.
Siempre planifica tu consumo. Calcula al menos 3 a 4 litros de agua por persona y por día, incluyendo hidratación, cocina e higiene.
Y no olvides lo básico: gas, cocinilla, utensilios compactos y, sobre todo, condimentos que marcan la diferencia —aceite de oliva, sal, orégano, albahaca o una pizca de nuez moscada—. Pequeños detalles que transforman una comida simple en algo memorable.
Cocinar en ruta no es solo alimentarse. Es parte del viaje, del compartir y del disfrutar.
Cada travesía enseña algo nuevo: a improvisar con lo que hay, a valorar los sabores simples y a entender que, cuando se viaja, comer bien también es una forma de seguir explorando.
Viaja, come bien y deja las excusas...
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