Araucanía Indómita: crónica de un viaje que se siente
Esta salida nació de ellos. Un grupo que se conoció viajando con nosotros, que ya ha compartido rutas, fogatas y kilómetros, y que un día nos dijeron: “queremos ir allá”. Ellos pusieron la fecha; nosotros armamos y guiamos la travesía. Cuando eso ocurre, uno entiende que lo que estamos construyendo tiene sentido.
Nos encontramos temprano en Mostazal. Saludos, risas breves, el entusiasmo de siempre, y el snack de bienvenida para la ruta. Cuatro vehículos, siete personas y ese aire de caravana pequeña donde cada rostro ya tiene historia y es parte de Overlandes. Tomamos la carretera hacia el sur hasta llegar al viaducto de Malleco. Ahí dejamos el asfalto atrás y comenzamos a internarnos por caminos secundarios, bordeando ríos, cruzando praderas y entrando poco a poco en los bosques que anuncian la Araucanía.
Nuestra primera noche la pasamos en una ruca pehuenche donde nos recibieron con una calidez difícil de olvidar: pan amasado recién hecho, café de piñón, mate, una cena caliente y conversaciones alrededor del fuego. Hablamos de territorio, de cultura, de la relación profunda entre la gente y la montaña. Para el grupo fue una sorpresa total, un inicio que abrió la travesía desde un lugar humano antes que geográfico.
Dormimos cerca, bajo la altura fría de la cordillera y el sonido del viento entre las araucarias. A la mañana siguiente, un desayuno preparado en la ruca marcó el ritmo para seguir avanzando hacia caminos más altos, más abiertos y más indómitos. Alcanzamos la frontera con Argentina, donde hicimos breves paradas para contemplar el paisaje que se desplegaba hacia ambos lados de la cordillera.
Nuestros siguientes campamentos fueron entre bosques, siempre bajo las araucarias. Viajamos en grupos reducidos por respeto al territorio: medir capacidad de carga, minimizar impacto, movernos sin invadir. En el camino, como siempre, recogimos basura ajena y mantuvimos el principio de no dejar rastro. Pequeñas acciones que suman cuando se hacen con convicción. Y, como en cada salida, realizamos nuestra donación a Fundación Reforestemos para plantar árboles nativos donde realmente hacen falta.
Hubo una noche de tormenta intensa, pero también momentos de calma absoluta: un trekking hacia una cascada escondida, una tarde larga de conversación sin apuros, un asado compartido, fotografías en un bosque que respira historia.
Y luego, uno de esos paisajes que se quedan: el sector del antiguo incendio en China Muerta. Un valle donde araucarias centenarias yacen caídas como columnas silenciosas, mientras el verde nuevo crece entre ellas con una fuerza humilde. Allí, una familia de cóndores nos observó desde las copas altas, inmóviles, como si resguardaran la memoria del lugar.
Fue un instante suspendido, de esos que justifican todo el camino.
Cerramos en Melipeuco con una última pausa antes de tomar la autopista rumbo a Santiago. Fueron cerca de 1800 kilómetros, pero lo que queda no se mide así. Lo que queda es la mezcla: cultura viva, territorio indómito, grupo unido y la certeza de haber vivido un viaje que no se repite igual dos veces.
Esto es Overlandes: viajar con propósito, con respeto y con la convicción de que el camino es mejor cuando se comparte.
Viaja y deja las excusas.